Orfebrería, caos y bacon

Orfebrería, caos y bacon

Berto Romero e Ignatius Farray en la misma noche: 'Larga vida a la tontería y a la commedia'.

05 NOV, 2020

Qué noche la de aquel día..

Han pasado ya unas semanas desde el 25 de septiembre - algo más de un mes - pero fue tan intenso que he tardado unos días en asimilarlo.

Aquella noche, en menos de 4 horas, vi en directo a Berto Romero y a Ignatius Farray. Ahí es nada. Se podría decir que estoy hablando de algunos de los mejores cómicos del país, por no decir los mejores.

Son dos extremos que se juntan en la perfección. (Sí, he unido "Ignatius" y "perfección", déjenme que me explique.)

La noche empieza con Berto.

Sale a cortina cerrada a ver cómo está el patio, a contarnos lo que hemos venido a ver.

La capacidad de conectar con el público y de metérselo en el bolsillo es inmediata. Aún no se ha abierto el telón y ya estamos todos entregados.

Berto es orfebrería, es un artesano de los chistes. Su show está pensado al milímetro, pero sin parecer encorsetado. Todo fluye, todo funciona: las bromas, los remates... todo.

El show mezcla el stand-up puro con música, baile y varietés. Sí, todo lo hace Berto magistralmente acompañado de Iván Lagarto, lo que no le quita ese puntito de vergüenza ajena en algunos momentos que te dan como un gustito casi masoquista, como el que se tapa la cara en la escena de terror pero no puede evitar dejar un par de dedos entreabiertos porque sabe que no se lo quiere perder.

El espectáculo dura algo más de una hora en la que todo lo que te interesa es lo que Berto tenga que decir, sea lo que sea.

Tiene un control absoluto del espacio, se le nota cómodo, en su hábitat natural. Habla contigo, no con el público. Te mete en su mundo sin que te des cuenta. Está tan conectado que en alguna ocasión no le hace falta ni rematar el chiste: el público fluye sólo.

Los textos de Berto se deberían estudiar en alguna escuela, son la estructura perfecta, pero no te das cuenta de eso hasta mucho rato después del show. Cuando está en el escenario tu cerebro no puede hacer nada más que asimilar toda la información que está soltando: las que cosas que dice, las que insinúa, las que tú intuyes.

No recuerdo un momento de carcajada extrema, al menos no como algo destacable. Es algo más que eso, es una sonrisa constante, una risilla contenida por lo incorrecto que se dice. Una sensación permanente de felicidad.

Berto es un maestro de hacerte feliz durante el rato en que está sobre el escenario.

Acaba el show, aplausos largos y, de forma escalonada y segura, todo el mundo a la calle.

Tenemos algo más de una hora, corremos a cenar. La cena es un preludio de lo que nos venía: bien de carne, bien de salsa, bien de intensidad. Bacon en el postre, no os digo más… y en ese estado, carrera y otra vez a la Sala Barts.

22:45h. Salta al escenario Ignatius Farray, y sin siquiera abrir la boca la sala tiembla. Sabemos a lo que venimos y estamos preparados.

Decía que Berto es orfebrería. Ignatius es… el Caos. El más brutal y absoluto caos. Y es lo que hemos venido a buscar.

Trae un show escrito (de hecho, lleva los papeles en la mano), y viene con la mejor intención de contar sus chistes, e historias desarrolladas en ese texto que se ha preparado. Pero todos sabemos que no va a pasar...

No voy a contar nada del show, no lo entenderíais. Son esas cosas que pasan y se quedan allí, que solo entenderían los que compartieron la sala con nosotros en aquel momento.

Pero en medio del caos, en medio del barro, Ignatius lucha contra las adversidades y contra él mismo y saca a la luz sus reflexiones: esa forma tan suya de ver el mundo, de entender lo que pasa a su alrededor. Luz en medio de la oscuridad.

Ignatius es irreverente, incorrecto, no tiene límite, no tiene filtro, no mide al público, entra al trapo y parece dejarse arrastrar por la marabunta. Pero también es lucidez, inteligencia, rapidez e ingenio al extremo. Las carcajadas se cruzan con los silencios incómodos y con las miradas incrédulas entre los asistentes.

En algún momento parece que sí, pero Ignatius no pierde las riendas del show, se deja llevar pero no arrastrar: controla lo que pasa y sabe cómo guiarlo y cómo alimentarlo.

Casi dos horas después acaba el espectáculo, y el final tampoco decepciona. No os lo voy a contar, no creo que haga falta.


Un mes después sigo pensando en esa noche, en cómo los extremos se tocan, cómo la orfebrería y el caos están tan cerca y en cómo pueden generar las mismas sensaciones.

Felicidad extrema.

Larga vida a la tontería y a la commedia.


Artículo de Anna Ramírez para Gigglefy